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jueves, 5 de diciembre de 2019

Noviembre de 2013. Hannah Caswell, una adolescente de 14 años que había ido a visitar a su abuela, pierde el tren de vuelta a Scarborough. Temiendo que su padre se enfade, Hannah acepta que la lleve Kent, un vecino suyo de 19 años con fama de mujeriego. Cuando Kent la deja en la estación, ella intenta localizar a su padre para que vaya a buscarla, pero no lo consigue. Hannah decide entonces salir a la carretera y alguien la llama desde un coche. Desaparecerá sin dejar rastro.
Octubre de 2017. Kate Linville, detective de Scotland Yard afincada en Londres, vuelve a Scarborough para vender la casa de su difunto padre. Pero los últimos inquilinos han destrozado la vivienda y Kate, muy afectada, debe contratar a alguien que arregle los desperfectos. Entretanto se alojará en casa de un matrimonio que alquila habitaciones. Se llaman Goldsby y su hija Amelia de 14 años ha desaparecido.

Volvemos a encontrarnos con la detective Linville y el comisario Caleb. En esta ocasión tendremos un caso que parece sencillo de resolver pero que nada es lo que parece. 
En un momento la historia entra en bucle y parece que no sale de ahí, cuando de repente da un giro inesperado y nos deja con un final sorprendente y para nada esperado.

El prólogo ya hace que te enganches a la historia. Después han pasado 4 años y volvemos a tener un caso entre manos. 
La escritora sabe bien como enganchar al lector y es por eso que sus novelas siempre me gustan. 
Sientes la aridez del paraje, el frío, la soledad de los protagonistas. La maldad del personaje. 

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